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CAPITILO 7 VII. De nuevo en el campo

Foto del escritor: wilson gaitanwilson gaitan

VII. De nuevo en el campo


Habiendo llegado a las nueve de la mañana a la vereda de rio seco, al descender del carro se respiraba la frescura del color verde entre el paisaje y allí estaba Enrique esperándonos junto con su mujer y su dos hijastros; con la cabeza agachada como se ve un cachorro ante nuevos dueños así entramos a esa finca, el patio de la casa estaba embaldosada de piedra liza unida con cementó, se levantaba un andén amplio al final y en él unas columnas de madera de cedro que sostenía las largas vigas en las cuales descansaban las tejas de eternit, las paredes compuestas por bloques de arena blanqueada de color gris opaco que se extendía de extremo a extremo del andén a más de treinta metros de largo, a cada cuatro metros se podía ver las ventanas y la puertas de las habitaciones, la cocina al extremo derecho amplia, espaciosa con hornilla con combustible de leña, hecha de ladrillo pegados con cemento, plancha de hierro de 4 puestos, con tubo para sacar el humo al exterior, en la sala un comedor en madera rustica, el techo en cada extremo de las tejas descendía una canaleta que llegaba hasta un tanque de cuatro metros cuadrados, de una altura de casi de tres metro, en la parte baja se extendía un cultivo de plátano, cachacos y bananeras que llegaba hasta el arroyo por el cual corría pocas aguas de un sabor salada y en su interior pocos peses, el agua bajaban lentamente lamiendo las raíces de los árboles que se encontraba en las orillas del riachuelo, al comparar las imágenes de los recuerdos anteriores era tan diferente y los aromas eran una mezcla de anís, cascaras de plátano verde, tierra seca con agua revuelta con sal. El riachuelo no tenía playas espaciosas de arena menuda ni islotes bañados por las aguas, pero al fin y al cabo estábamos en el campo y como decía mi hermano Miguel se debe estar contentos con lo que se tiene.

La escuela en rio seco: La edad dorada es aquella en la cual los sentidos se utilizan para dar armonía al alma, olfatear, escuchar, palpar, degustar, admirar… Con la percepción sensorial el tiempo se destrenza, suaviza los hilos, hace que como marioneta de mañana a la tarde se experimente variadas escenas expectantes y vibrantes, donde la vida se refleja aun en el movimiento de las sombras de los árboles que el viento agita danzando al ritmo de los guaduales a orilla del riachuelo y así transcurrida una semana con la familiaridad de los perros, las gallinas, las vacas, los caballos y otros animales, se expande el aroma de extraños y extranjeros añorando las aventuras de tiempos pasados, con la domesticación y costumbre de ver pasar el tiempo, el día de ir a la escuela había llegado, la distancia del recorrido caminando era una hora, se respiraba el aire húmedo, el agua formaba charcos en la carretera, para ir a la escuela debíamos de pasar el rio que en su trayecto había recogido a su paso las aguas de los riachuelos y la lluvia de la noche hizo que el rio estuviese desbordado de su cauce, nos detuviéramos frente al rio tres horas sentados sobre el tronco seco de un árbol caído en tierra por la inclemencia del desgaste siendo devorado lentamente por las larvas y desde allí nosotros en espera que bajaran las aguas, pues no era tan prudente desafiar las fuerza de la naturaleza; pero siempre hay un valiente y ese fue un compañero que conocimos de camino a la escuela, se arriesgó en pasar y fue arrastrado por las corrientes de esas aguas amarillentas y por ventura logro agarrarse a una raíz de un viejo árbol y desde allí pedía ayuda, nosotros por instinto nos apresuramos a hacer una cadena humana y cogerlo de las manos para poderlo auxiliar, ya afuera, agotado y con la voz ronca de tanta agua que había tomado nos dio las gracias. Cuando llegamos al otro lado del rio, vimos por primera vez la construcción de la escuela era una casona grande dividida en dos salones en uno de ellos se recibía clase desde el grado primero hasta quinto de primaria y el otro salón era la bodega de pupitres dañados o para reparación, mapas y objetos viejos, en el salón de clases éramos alrededor de treinta alumnos, sentados en pupitres de madera cada uno para dos alumnos, la profesora al frente en su escritorio cerca del tablero que era pintado con tinta verde oscura en la pared, la tiza y la almohadilla descansaba en una pequeña hendidura especial en la pared; la metodología que manejaba la profesora era dictada en voz alta, casi como gritando… Asignando tareas a cada grado y el tablero se utilizaba de vez en cuando para salir al frente y solucionar algunos ejercicios.

Camino a casa los estudiantes concentrados en sus tareas se transformaron en burlones, haciendo chanzas pesadas, Yolanda actuaba con su instinto de madre hacia mí defendiéndome, en cambio a Eduardo los compañeros más grandes le incitaban a pelear, la reacción de él todos los días era correr a la casa sin dejarse alcanzar y así paso quince días huyendo de sus adversarios… Hay momentos en la vida cuanto se da un alto en el camino se mira frente al espejo se razona, se toma decisiones en valentías o en cobardías, Eduardo por esos días vivía con miedo circulando por las venas penetrando hasta los tuénanos de los huesos, la vida te va enseñando en carne propia, te enfrentas a la realidad presente y/o eres el hazmerreír de la gente; siguiendo la historia después de dos semanas ya es suficiente para decidir que se quiere hacer, ganar amigos a la fuerza en peleas o recibir amenazas o quizás golpes de enemigos; ese día llego para Eduardo de tomar la decisión de ser valiente y esforzado, salimos de clase como de costumbre a la una de la tarde a esa hora el afán de llegar a la casa y sentarse a la mesa y comer una sopa de arroz o de fideos, es que cuando no hay recursos económicos en el campo el estudio a veces es con el estómago vacío no se tiene dinero para comprar y no hay vendedores y además no se llevaba onces para el descanso o al menos eso era para nosotros como peregrinos pobres.

En la escuela Eduardo salía al finalizar la última clase muy rápidamente y en una ocasión en mitad del trayecto del camino entre la escuela y la casa nos estaba esperando, estábamos la gran mayoría de los estudiantes, Eduardo tomando aire en sus pulmones, sacando pecho sin mostrar quizás su cobardía, les dijo a sus perseguidores:

Ya estoy cansado de ustedes ¿A ver cómo es?... Los compañeros se rieron con esa risa burlona y dijeron: Que se enfrente a Miguel casi en coro, Miguel era un joven de 14 años revejido, de estatura más o menos de unos de 1.60 mts, de tez trigueña, cabello liso aindiado y de color negro, solo usaba una cotiza de calzado pues el otro pie lo tenía deformado algo así como el pie lo apoyaba al suelo con los nudillos de los dedos; Miguel el compañero de clase se dobló las mangas de la camisa blanca, se echó hacia atrás el mechón de cabello que le caía hacia los ojos con su mano derecha y cerrando sus manos y movía sus puños de frente de una manera circular, Eduardo a sus once años sabía que su oponente era fuerte y su ventaja sobre él eran las rodillas y las patadas; todos los presente nos paramos hacia cada lado de la carretera, se asemejaba a una pelea de gallos finos, que querían romperse la piel, golpe iban y venían, el sol picante era testigo del cansancio y el sudor de estos dos guerreros, no había gritos ni se escuchaban voces, era una pelea pareja, estábamos a la expectativa cada minuto como si fueran las peleas de nuestro campeón en ese entonces de Happy Lora; esos dos rivales se dieron duro, Eduardo su cara estaba roja, los golpes de su contrincante que le propinaba al final llegaba a su rostro con la mano abierta. Miguel quizás no salía de su asombro pues pensó que eso era pan comido, en la vida la confianza rompe el saco, decía mi madre, la fuerza no estas muchas veces en la corpulencia ni en la buena alimentación, está en la determinación de ser valiente tan solo en el tiempo necesario para vencer o mantenerse en pie; pasado como diez minutos de estos dos gallos finos, no siguieron golpeándose, cada uno se fue a la casa, nadie hizo que yo recuerde ningún comentario; en casa no se le hizo ni curación ni interrogatorio ni se envió carta a la profesora pues la vida nos da lecciones… Nos hace recorrer colinas pues tras ellas vienen las montañas para el alpinismo que cada ser humano debe escalar, el otro día como ya se había hecho habito de ir a la escuela, allí estábamos cada uno en su puesto de pupitre, en silencio trabajando desarrollando las guías en clase o escribiendo los dictados que en voz alta proclamaba la profesora, nadie comento con ella los hechos anteriores, ni se hizo comentarios en clase, pues al docente se le paga para enseñar, no es juez y en ese entonces no se preguntaba ¿ esos moretones y ojos morados quien se los había hecho, en familia o en peleas?, era mejor para la profesora no entrar en problemas domésticos, pues una sola golondrina no hace llover y menos cuando están en la montaña sin un juez que ejerza la ley, es que las normas del legislativo son es tan desconocida e incomprensible para el de a pie.

En el descanso Eduardo que días atrás era miedosos que esquivaba a sus compañeros, ya no había rastro de debilidad, los compañeros lo invitaron a jugar fútbol, le compartían sus onces, definitivamente se había vuelto el héroe preferido de la escuela. Miguel en su frustración y viéndose no tan popular se unió al grupo de fanáticos de Eduardo y yo podría decir como espectador que en los siguientes años esos dos compañeros de clases fueron ejemplo de amigos en la escuela se compartían muchas cosas y eran hinchas hasta del mismo equipo de fútbol.



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