Así se iba el tiempo enfrascado en la botella del recuerdo como suele sucederle a muchos que viven en sus limitados espacios conjugando el verbo del ayer; a mis casi ocho años cada momento al ver avanzar las manecillas del reloj que van marcando el paso del tic tac, tic tac, en cada segundo no hay estrés en las actividades ni se anhela un diciembre, tan solo los recuerdos pasados y el tiempo presente se inhala y se exhala, dejar transcurría los pensamientos internos sin dejarse pronunciar con el anhelo de un futuro con colinas vedes, ríos claros y el olor fragante del campo florido.
A los seis meses le dieron libertad y vino a buscarnos la persona más importante de mi vida en ese entonces... mi madre, a esa edad no hay nada más expectante, ella es el centro lo llena todo, el alma en la niñez abandonado clama internamente, cuanto se ha extrañado la fragancia, su voz, sus caricias y su amor materno. Allí en la entrada de la casa estaba ella, en un instante ya estaba en sus brazos podía sentir que nada había cambiado para mi madre seguía siendo el consentido de sus besos, sus caricias y su voz era lo más preciado en mi ser; nada se dijo de su reclusión en la cárcel, el pasado debía ser borrado, era un renacer, un encuentro de un cálido hogar; ese día fue el último en el alma de permanecer en la oscuridad del túnel, ya resplandecía el sol y el centro del hogar materno los días y las noches serian diferentes.
ü Regreso a la tierra del olvido: ¿Hay que volver? Sí, hay que volver, a soñar tranquilo entre tus sábanas blancas, en la mañana de tus suaves neblinas, tras el calor y el humo del fogón, quiero escuchar tu sinfonía, dejarme seducir, ante tus aguas acariciándome sin pagar el precio, bailar al sonido de los insectos. El corazón nunca se ha marchado tan solo los pies te han abandonado, aquí me tienes en la mente rendido entrelazado abrazado en tus raíces, oh mis campos floridos.
El otro día antes que asomara el alba mi madre regreso a su parcela en tan solo seis meses las cosas habían cambiado a tal manera que las lágrimas rodaron por sus mejillas… Toda la parcela, sus árboles, sus piedras y la tierra fueron removida no quedo piedra que no fueran escarbada desde lo que antes había una platanera pasando por el rancho llegando a la colina próxima, nada existía ya… Los mineros llegados del departamento del Choco y algunos otros de la región descubrieron betas de oro, y bajo de lo que antes era un viejo rancho pobre, cerca de un árbol grande encerrado por árboles de totumo y mata-ratón, ahora ante los ojos de mi madre solo escombros, piedra y arena, abandono absoluto de la obra de la minería.
Dijo una vecina a mi madre:
· Al salir ustedes de la región al poco tiempo los mineros encontraron grandes cantidades de oro en la finca de la española así que la noticia corrió por los mineros que siempre frecuentaban esta zona, hubo todo un pueblo de morenos venidos del Choco y escarbaron por todos lados y preciso en su parcela había una mina; si el pobre encuentra riquezas el rico se muerde de envidia y al pobre no le basta si encuentra y tiene el oro suficiente para hacerse una corona, el corazón jala a la avaricia y así entre la envidia y la avaricia se desato la violencia, los finqueros algunos pagaron a los de la mano negra para que expulsara a los mineros, con el pretexto que les estaba invadiendo y acabando sus tierras. Esta región pacificas se llenó de sangre de pobres que teñías las aguas del rio… y como ves el terror de la muerte desoló he hizo huir a los morenos, llevando sus difuntos o los enterraron allá en esos potreros y los mineros de estos lados los que no los mataron viajaron a tierras lejanas buscando otro futuro...
Mi madre le dijo a la vecina:
· Como es la vida mi señora, todas estas calamidades y tristeza que nos sobrevino de repente sin entender casi por un año, de cuantas cosas nos ha librado la mano de Dios... podía haber terminado peor.
Tantas lágrimas derramadas en silencio ocultando el llanto entre mis manos en esos tiempos angustiosos, entre el espacio cerrado, ocultando el dolor a los que amamos; ahogando cada palabra en mi garganta queriendo gritar la desesperación que desgarra el alma, el estallido de pensamiento aflora el súbito grito, sufre en silencio ¡aguanta! asfixiante es el dolor reprimido por ángeles que Dios a mi lado a traído, daría mi vida por borra sus recuerdos de angustia y miedos, en este mar turbulento ,que hoy comprendo...
Era evidente que los tiempos habían cambiado, los afectos de los vecinos ya no eran tampoco los mismos, el dedo se levantaba acusando de culpable lo que la justicia había exonerado… Ya no quedaba nada en esta región ¿Para qué volver? ¡A levantar un rancho quizás!, o talvez a una muerte segura en manos de los paramilitares llamados la mano negra.
El otro día regreso mi madre de la vereda el Gigante a la Dorada con mucha incertidumbre ¿Qué hacer? ¿Para dónde coger? Ya pasaríamos de conchudos al seguir vivir en casa ajena, mi madre es mujer campesina de aproximadamente cuarenta años de edad, no se veía en la ciudad lavando ropa, o trabajando de interna en una casa de familia, ella nunca fue a la escuela nunca aprendió a leer, en esas condiciones de falta de educación escolar, es difícil sobrevivir en una ciudad, no sé cuántas preocupaciones pasaría por su mente, ver el futuro con incertidumbre, angustia del anhelo de ver un propósito que guie los pasos a una esperanza cercana…
En ese mes llego mi hermano Enrique traía buenas nuevas, su vida había cambiado, tenía esposa, vivía en la región de Cundinamarca, fue grato el encuentro con mi madre, además muy amablemente se ofreció a recibirnos en la finca de propiedad de su esposa.
Finalizada la semana el sábado partimos rumbo a rio seco, así se llamaba la vereda, no había mayores pertenencias, a las cuatro de la madrugada partimos para Puerto Bogotá, entre claro y oscuro se podía ver las luces de las casas a orilla del camino, mirando por la ventana pasaban luces asemejándose a estrellas fugases y grandes sombras que proyectaban los árboles al contacto de la luz producida por las farolas de los carros.
Al llegar a Honda Tolima aproximadamente a las 5:30 de la mañana, se escuchaban los gritos de los pescadores “pescado fresco, pescado fresco”, también se acercaban los vendedores de tinto ofreciendo sus productos, era necesario pasar el puente que une los departamentos del Tolima con Cundinamarca. Mi madre vivió en la ciudad de Honda en su infancia, quizás estas tierras con el paisaje de las casas y ríos le traían recuerdos, en mi mente no hay nada gravado que haya dicho o que haya susurrado algo; al estar cerca del puente se olía la fragancia de una mezcla de agua, barro de greda, escamas de pescado y arena húmeda, encima del puente se podía sentía en las botas de caucho la vibración que producía los carros al pasar, si alguien estuviera mirándonos quizás vendría a la mente las escenas de una camada de pollos subiendo con su madre a un árbol de totumo… En la cumbre del puente, al mirar al oriente se divisaba, una suave sábana blanca de neblina levantándose sobre la cordillera con un variado verde de diferente tamaños de árboles, sobresalía la luz brillante color oro que proclamaba al señor del día; al occidente las desembocadura de dos ríos que vertía sus aguas cristalinas al rio magdalena cuyas aguas son de color amarillento asimilándose al oxido del cobre, al norte se divisaba la ciudad aun con sus luces amarillentas, surgía sus casas de la orilla del rio, levantando sus calles airosa y erguida sobre las grandes colinas, al sur entre arbustos se extendía la cordillera y desde el final del puente se divisaban las hileras de árboles y aquellas luces opacas de los postes del pueblo de Puerto Bogotá, al bajar la mirada se podía apreciar las aguas amarillentas del río arrastrando pedazos de árboles que hundían y volvía a flote en los remolinos que formaban en cuyas aguas corrían apresuradamente desconociendo su destino y donde irían quizás a parar.
En estos pensamientos levante la cabeza al cielo, en sus extremos se veían montañas levantadas como acariciando el color azulado, se apreciaba la media cara de una luna opacada, cansada y su recorrió lento que al movernos daba la impresión de caminar a nuestro lado.
Al cruzar el esplendoroso puente, allí esperamos el carro que recogía la leche en la vereda, al recogernos nos acomodamos entre las cantinas de aluminio, a los treinta minutos de andar por la vía pavimentada nos desviamos por una carretera destapada, el carro se mecía y con frecuencia daba brinquitos.
ü Mi bella Colombia: Que, aunque viajes aun con el corazón partido y los ojos secos por la aridez del alma, no dejas de traer esa brisa fresca, de aromas de rosas y encanto de tus paisajes. En sus carreteras empedradas, los surcos de árboles a sus dos lados, en aquellos fragantes paisajes los campesinos, sus casas surcadas de arbustos de variados colores, sus corales para el ordeño extendidos en piedras o en madera, los caballos y las vacas pastando con libertad y sin añoranzas del pasado ni el futuro. Oh mi querida Colombia, de razón los desplazados dan la vida por un pedacito de tu piel; de tus poros sobresales semillas que se abren paso erigiéndose en árboles extendidos con sus ramas en la imaginación arañando el sol. Entre tus valles y tus cordilleras sobre tu piel al descubierto corren juguetones arroyos del precioso líquido el cual transforma la vida, tus aguas entre tu gran tapiz de piedrecillas de mármol, las cascadas, el agua al caer y las mirlas y las cigarras entona melodiosamente la sinfonía, mi linda Colombia.
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