En la noche mi mente retrocedía a aquellos tiempos pasados en los cuales quería vivir tan solo en los recuerdos pues no había voluntad para pensar, sentir y palpar el presente o al menos no quería echar raíces en la realidad presente, algunos me comprenderán que es la forma de apaciguar las cadenas que atan la vida y además es la forma más fácil de vivir o de morir sin arrancar y deshacernos de lo que efímeramente nos consuela o quizás lo único que hemos aprendido a amar… Cada puesta de sol se adquiere paciencia, se forja con la espera o al extremo de ser pacientes hay que estar enfermo o sufrir para reflexionar en el transcurrir del tiempo y siendo paciente en la espera de atención en un hospital anhelando el llamado a ser atendido o al menos recibir el diagnóstico del médico, en nuestro caso de pacientes de paciencia nuca se escuchó cuantos días pasaría mi madre en la cárcel así que no había forma de contarlos o de verlos pasar en el calendario.
Las noches se hacían largas en la ciudad, en mi cerebro las imágenes saltaban impresas regresando al pasado y para no olvidarlas les contare un poco las vivencias en la infancia; les diré que vivíamos felices y nos sentábamos en las abundancias de la escases de las cosas materiales en aquella vereda de Caldas llamada el gigante, es que allá… vivíamos en un rancho pobre levantado en varas gruesas de madera que servía de columnas, con un techo entretejido por ramas de palma que al unirse una junto a otra hace que el agua se deslice suavemente tras las hojas, las paredes estaban compuestas por esterillas de guadua que es un material resistente y su proceso cuando están verde se pica toda con una hacha especial luego se abre por un lado, se estira y se deja en un lugar seco y en su proceso natural toma un color amarillo madera, en ese entonces no es que se apreciaran lo orgánico es que no había para más, construir una casa era económico, pues el material y la mano de obra de los hijos y los vecinos era gratis.
El rancho viejo estaba construido en medio del solar del cual había suficiente espacio donde correr, sembrar jardín y en medio había un árbol grande y frondoso, además los árboles de totumo los cuales prestaban varios beneficios los frutos se utilizaban para sacar trastos como vasijas de totumas y tarros para guardar cosa, también en mi perspectiva de niño aquellos arboles de totumos era como el árbol de navidad me gustaba contemplarlo cada tarde, cuando el sol declinaba el horizonte reflejaba rayos de luz amarillo rojizos y algunos árboles de ellos servían de gallineros ósea de casas donde las gallinas pasaban las noches, como puente de la hierba verde a los copos de los árboles de totumos se extendía varias guaduas y por ellas en fila subía la procesión de gallinas, gallos y pollos de diferentes colores con sus cacaraqueó habituales y se ubicaba en su escenario preferido, se me asemejaban a un estadio llenándose, cada uno escoge su lugar como le place.
El solar estaba cercado por alambre de púa y sus Portillo lo formaban árboles que llamábamos mataratón que surcaban todo el solar, sus hojas eran utilizadas como medicina mi madre machacaba sus hojas tiernas nos hacia una colada verde sinsabor que era efectiva para bajar la fiebre y no sé qué más cosas y malestares, en ese entonces funcionaban.
El rio nos quedaba aproximadamente a diez cuadras, mi labor por ser el menor desde que recuerdo era cargar el agua en bombos de plástico para llenar las caneca de latas oxidadas que estaba junto a la cocina, Eduardo me llevaba dos años de edad, era un chico inquieto, fuerte, corpulento, de unos ojos grandes y expresivos, su labor era traer la leña de la montaña y cortarla en trozos; mi hermana Yolanda era un año mayor que Eduardo, una niña delgada, con cabellera negra, y facciones bien delineadas, casi siempre se le veía cerca de la hornilla de la cocina, era mi segunda madre, pues cuando nací ella tendría alrededor de tres años y mi madre me entrego en sus brazos y de una forma cariñosa le dijo: te lo regalo es tuyo, desde ese momento ella en su inocencia se tomó en serio esas palabras.
A mi madre tratare de describirla, es una mujer alta, delgada su cabellera rubia su piel blanca, moldeada por la escuela de la vida, resignada y conformada a vivir el día a día sin más anhelo de las que abrigan las aves del campo, contenta con comida y abrigo, su labor a veces era ensillar la yegua montar en ella y partir algunas veces a recorrer los potreros de las fincas aledañas en busca de árboles de limón y recoger su frutos, esa es una tarea ardua que no quiero recordar… Otros días era marchar al rio con su batea, me preguntara que es una batea es como un plato grande de madera que sirve para la minería y allá junto al río se sentaba a la orilla, llenaba su batea de tierra gredosa que recogía cerca de la playa y empezaba a bambolear la batea de una forma circular con el fin de que el agua arrastre lenta y efectivamente la tierra gredosa dejando en el fondo una arenilla negra y algunas diminutas chispitas amarillas que es el metal eterno el oro en polvo. Los domingos mi madre llevaba al pueblo los pocos gramos de oro o el limón, los vendía para comprar arroz, sal, papas y manteca…
Cuando mi madre nos llevaba a todos hacer ese trabajo de la minería, al comienzo es como los paseos al ponerse en marcha, al comenzar se crea una gran expectativa de encontrar oro, allá en el rio nos quedábamos trabajando o como lo llamábamos barequiar hasta las cinco de la tarde y a esa hora era donde comenzaba todas la consecuencias de haber estado casi todo el tiempo sentado en la arena con el agua sucia al rededor, hay un mal que se sentía y solo cuando te pones en marcha al ir a casa se despierta y a los pequeños sí que nos hacía llorar, le llamábamos la candelilla y las consecuencia es que en las partes tiernas en medio de las piernas y en medio de los dedos de los pies quedan como carne viva, que infección tan terrible, deseaba ser malabarista y llegar caminando con las manos a la casa y la solución era sencilla, mi madre recogía las hojas de aquel árbol de mataratón las machacaban y esta mezcla la colocaba sobre la parte afectada esto refrescaba y calmaba el llanto junto con el dolor.
En el rio purnio en tiempos de ocio practicábamos la pesca, era de las actividades favoritas y necesarias en nuestra dieta alimenticia, recuerdo que mientras mi madre lavaba la ropa en el rio, Yolanda, Eduardo y yo nos bañábamos en esas aguas cristalinas, la verdad es que éramos grandes deportistas en la natación, con decir que no se tiene recuerdos cuando se empieza a nadar era natural como lo hacen los peces los cuales nacen y comienzan a deslizaren por las corrientes de aguas, era genial ver el paisaje en la playa con sus millares de piedrecillas de diferentes matices, el agua cristalina producía un sonido relajante, en la orilla hacia la montaña estaban erguidos e imponentes los árboles con grandes raíces asemejaba como brazos agarrados con fuerza deteniendo el imponente caudal que quería traspasar sus límites, todo era placentero los grandes árboles que permanecían inmóviles sus troncos y sus ramas danzaban al capricho del aire, la melodía del agua y ese sonido majestuoso de las aves como las mirlas, los chilacos, los guacos... hasta los insectos daban la impresión de tener incorporada una orquesta de bellísimas notas musicales.
En aquella región el caudal del rio no era profundo, en su interior se veían los peces que desprevenidos jugueteaban o buscaban comida, nos gustaba ver las mojarra negra que eran conocidos con el nombre de los jachos, estos hermosos peces las hembras abrían sus agallas y salían sus pequeños pececitos, era como dando libertad para que salieran de su encierro en su bóveda protectora, cuando estos pececitos estaban libres y algo los asustaban o presentían el peligro volvían rápidamente a la agallas de la madre, otros peces en cambio eran más tímidos y precavidos como la guabinas los nincuros y mucha más variedad que no se podían ver, pues en el día permanecen escondidos entre las grandes piedras de mármol prehistóricas que sobresalen del rio, el pez que le teníamos terror era a la raya este animal tiene una forma de hoja de color negruzco y una cola con aguijón como la alacrán si algún desprevenido la pisa tendrá un dolor ardiente, fiebre por veinticuatro horas, ese animal se mantiene debajo de las hojas que caen de los árboles y la tierra que se desprende forma un fango en la cual se camufla y a simple vista no se percibe desde la superficie del agua, a veces bromeábamos como niños gritando - ¡ miren una raya!, entonces para molestar trazábamos una línea en la arena, definitivamente ese río era el hogar de muchos peces y también hacia parte de nuestra vidas de exploradores.
Para nosotros como niños la pesca era todo un arte, pues no era ni con anzuelo ni atarraya era totalmente artesanal, dentro del caudal de las aguas transparentes se revisaban una a una las rocas o piedras y en cada hendidura en la que posiblemente abría un pez, era una felicidad palparlos y atraparlos, entonces se oía los gritos: - tengo un corroncho otro una guabina, un bocachico, un mohíno y uno tras otro eran lanzaban a la playa en la parte seca, ah que vida aquella cuando la pesca era una gran diversión disfrutada sin restricción, sin los linderos de la propiedad privada de extranjerismos. En aquellos tiempos de pesca el inconveniente que se presentaba en el agua que parecía más un juego de competencia era lo siguiente: para esta fura del partido o juego era agarrar y decir: -tengo un nincuro, entonces esa persona tenía problemas al sostenerlo pues este pez giraba y clavaba la aleta en la mano que obligaba a soltarlo, el dolor era intenso y las lágrimas rodaban y el grito mamá me pico un nincuro y como si fuera que te sacaran tarjeta roja te salías del agua te sentabas en la arena a ver a los otros gozando de la pesca como si fuera un duelo al ganador del mayor número de peces lanzados afuera en la playa, el que estaba en la playa sentado sobre alguna piedra grande retorciendo su mano del dolor su único consuelo era que podía ver los peces que lanzaban desde el río a la arena de la playa, pobres criaturas danzando por falta de oxígeno hasta su último intento por sobrevivir condenados a una agonía de pocos minutos, pero para nosotros la dieta balanceada del delicioso pescado asado en brazas acompañado con plátanos y yuca.
Al fin y al cabo, lo que queda en las personas son los historias y las fuertes vivencias las cuales son como tejidos de una colcha de colores algunas para reír otros para reflexionar, también es vida recordar esas palabras que van crecido tomando forma e ilustrado en la mente y los sentidos haciéndose palpables en la imaginación por lo tanto le llevare por las experiencias de una niñez desprovista de juguetes y tecnología, pero acompañada de interactuar con el prójimo y los animales. Verán, la propiedad más valiosa que poseía la familia Gaitán era una yeguar ese animal me traía grandes recuerdos, era de color blanco y de figura elegante, no sé de donde mi madre la compro lo cierto era que cuando nací ese animal ya estaba grande llena de resabios, un buen día casi trágico, mi madre le coloco la montura y la dejo amarrada al árbol del solar, ese árbol lo recuerdo frondoso, su tallo era tan enorme que los tres Yolanda, Eduardo y yo no podíamos juntar las manos al abrazarlo y al mirarlo hacia arriba ese árbol grande le salía varias rama o brazos más de siete que se levantaba como para dar alabanza al creador del sol, sus hojas pequeñas eran de un verde esmeralda y su tallo tenía algo así como venas bien pronunciadas, su fragancia de una mezcla fresca de anís, pasto verde y madera al sol, a este bello árbol se le había hecho varios atentados para darle muerte, una vez se le quito la corteza alrededor, pues se creía que, si caía un rayo al árbol, una de esas ramas podría tumbar el rancho y varias veces se le quiso obligar para que se convirtiera en leña ¡pero que árbol tan terco, siempre se revestía de sanación interna, no se doblego permaneció vivo desafiante y vigoroso, mientras vivimos allá permaneció fiel dando sombra y perfumando el aire; siguiendo con la historia que contaba mi madre con la yegua; Eduardo era quizás más terco que el árbol, tendría casi cuatro años, dice mi madre que quería ser el llanero solitario montado en la yegua, en un descuido se subió sobre el animal y fue cuando se escuchó los gritos de miedo y espanto de mi hermano Eduardo que ya estaba montado sobre la yegua, ese animal manso con los adultos le daría una lección de no confiar plenamente en los animales, más bien hay que ser cauteloso como las serpientes que huye del peligro y es que no he visto sapientes pisadas por animales como vacas, caballos o cualquier otro animal con cascos; mi madre dijo que la yegua corcoveo di coses y se levantó en las patas delanteras, a los cuatro años o te sostienes fuertemente de la montura de la silla o te das un fuerte golpe contra el mundo; mi madre seguía contando que yo tenía alrededor de un año de edad y que ella me tenía entre sus pechos alimentándome y en ese momento al escuchar los angustiosos gritos de mi hermano Eduardo salió corriendo a auxiliarlo cuando llego donde estaba la escena de gritos y alaridas rescato a Eduardo sano y salvo, mi madre entro triunfante nuevamente al rancho, y él bebe que estaba en sus brazos disfrutando de su manjar en pleno proceso de alimentación segundos antes, ella sin darse cuenta lo había dejado caer al suelo, bueno, alguno de los dos se iba a dar contra el mundo y ese fui yo.
A la yegua poco le gustaba los niños, ese bello y útil animal pastaba en una manga, así se le conoce por allá a los terrenos baldíos que se dejan al borde del cauce del rio, los cuales que no son propiedad de las haciendas... Recuerdo una vez cuando tenía alrededor de cuatro años y por algún motivo abría de traer la yegua del potrero para asuntos domésticos o viajar al pueblo y no había un adulto aparte de mi madre, a veces ella nos enviaba a traerla, en la mente ya estaba la sensación de aventura de vencer miedos que afloraba para realizar una verdadera hazaña, mi hermano Eduardo muy valiente buscaba el laso para poderla agarrar siempre decidido en cumplir la misión; Yolanda a sus ocho años era mi protectora y guardiana me cuidaba y también un poco cuidaba a Eduardo de siete años, de la casa al potrero era como diez minutos, en ese lugar crecía una planta que llamábamos carranchil era una maleza grande, casi cubría mi estatura, espesa y abundante siempre la conocí con su tallo y sus hojas tierna crecía tan de prisa que tan solo en algunos meses si no se fumigaba podría cubrir potreros enteros y avanzar a otros lugares. Nos abrimos pasos por esa maleza que para mí estatura era como una selva de carranchil y llegamos donde estaba nuestro objetivo de apresar la yegua, nos deteníamos en la cerca de alambre de púa, pasábamos la cerca que la componía cinco alambres alrededor, nos inclinábamos pegados al suelo y casi besábamos la hierba que estaba pegada al suelo para no rallarnos la espalda ni la cabeza con las punzas del alambre de la cerca, la yegua que animal tan inteligente decía mi madre: - Solo le faltaba hablar; ese animal estaba decidida a darnos la guerra, a lo lejos nos sentía acercar y se erguía levantaba la cabeza nos miraba de frente, su respiración se agudizaba y cuando estábamos a unos cincuenta metros de ella y casi veinte metros de distancia de la cerca Eduardo le mostraba el laso, acto seguida el animal se poseía como si sintiera ira de ser dominada por la voluntad de niños, tomaba una actitud rebelde sus orejas levantadas verticalmente y las movía hacia atrás, estiraba su cabeza hacia adelante casi hasta tocar el suelo con la nariz, luego levantaba la cabeza y de repente pegaba la carrera a todo galope hacia donde estábamos y no había momento de pensar y calcular la estrategia, la mente se bloquea y algo muy fuerte gritaba en mi interior huye, huye, huye... todo el cuerpo reacciona, el tiempo se paraliza las ojos dejan de parpadear el oído no escucha los sonidos externos, el cuerpo no siente, no se traga ni saliva, la respiración se detiene, la mente queda como una hoja de papel en blanco y corríamos tan de prisa que parecía que fuera por arte de magia que aparecíamos detrás de la cerca de alambre de púa, después del susto tan grande de salir ilesos de ser heridos o muertos, revisábamos nuestro cuerpo y el comentario de siempre: - Pero que susto nos ha dado esa yegua y como testigo el laso quedaba midiendo la distancia que corrimos, cada uno paso la cerca rasgando la camisa, la espalda y a veces la cabeza, después de la derrota y la frustración nos miramos y sonreíamos, al fin y al cabo en la aventura la sacamos barata podía haber sido peor y regresábamos contando una historia más.
Otra de esos inolvidables momentos con la yegua era cabalgar sin montura como se decía montar a pelo, era una de las muchas cosas que nos gustaba hacer, en una de esas oportunidades Yolanda y yo agarramos la yegua y queríamos montar en ella, Yolanda por ser más grande podía saltar con más facilidad colocando la yegua cerca de un peñasco pequeño y después saltar, ese día para que yo pudiera saltar por ser pequeño, Yolanda coloco la yegua en medio de una zanja o sea de lado a lado había muro de tierra; escuchaba los gritos de mi hermana salta, salta; entonces tome un poco de impulso pasando por encima del animal y cayendo entre las patas trasera y delanteras, en ese momento la yegua se asustó y corrió hacia adelante, me sentí morir, no del golpe seco al caer, es que vi la yegua que había pasado por encima de mí, en mi angustia y miedo sentí un espantoso dolor en el estómago y con las manos apretándome fuertemente el área del ombligo, gritaba: Yolanda la yegua me rompió la barriga, Yolanda la yegua me rompió la barriga… y cada vez más duro y con lágrimas rodando por mejilla - Yolanda la yegua me rompió la barriga... Con el pánico en su rostro mi hermana de un salto bajo de la yegua y me gritaba – déjame ver que te paso – no, no, no, me duele mucho, y ella: – Si te hubiera pisado te saldría sangre, y forzó mis manos mientras me revolcaba en el suelo, ella me dijo: - vez la yegua no te hizo nada... cuando mire así era, no estaba herido, mi mente me engaño con una mala jugada que me hizo retorcer de un gran dolor imaginario, acto seguido Yolanda agarro el laso de la yegua y partimos con una risa de esas que es imposible detener en corto plazo.
Mi madre y su triste historia: En las tardes allá en el rancho aparte de escuchar las historias de Kalimán (caballero con los hombres, galán con las mujeres, tierno con los niños, implacable con los malvados así es Kaliman el hombre increíble…) hazañas fantasiosa, también la ley contra el hampa (siguiendo los pasos a las personas honestas siempre hay un delincuente, pero entre estas y aquellas la justicia vigila implacable) lo escuchábamos por la vieja radio que aveces por el desgaste de las pilas perdíamos varios capítulos que nos obligaba a imaginablemente construir las escenas, paisajes y desarrollo de las historias y aparte del entretenimiento de la radio, mi madre también contribuía a contarnos la historia que ella vivió cuando era niña, narraba su triste historia como si fuera un cuento, no de hadas ni de rosas perfumadas, más bien dejaba un sabor melancólico, mi alma se encogía se maullaba semejante a una uva pasa, en esa edad quería ser Dios y cambiar la historia que mi madre contaba de sus propias vivencias. Aun me parecía escuchar su voz y ver mis hermanos sentados, conteniendo la respiración y evitando parpadear lo menos posible, mi madre sentada en medio de sus pequeños hijos, quizás había hecho esta escena muchas veces, pues de doce hijos solo quedábamos los últimos en el nido, Yolanda, Eduardo y yo, estas narraciones dejaron huellas en mi mente, voluntad y en mis sentimientos, hoy me doy cuenta cómo puede la vida en palabras eternizarse en recuerdos para ser contados de generación en generación.
Mi madre con esa voz armoniosa de asentó tolimense contaba por pedazos su historia y algunas de ellas se gravaron en mi memoria a tal grado, como queda las letras esculpidas en el mármol:
Este es un pequeño fragmento, de la voz de mi madre:
- Fui abandonada cuando era tan solo un bebe, mi madre me dejo en un corral de cuna y decía mi abuela que me recogieron todita enlodada de eses y desde entonces viví en la casa de la abuela, ella mi abuela era, de esas época donde los viejos con su conocimiento ermitaño y su sabiduría aplicada a los golpes se aprende con dolor y sangre, parece que fuese ayer, decía mi madre con nostalgia, recreando en nuestras mentes de una forma donde las palabras son visibles las figuras salen de la imaginación y forma toda una escena que apasiona una y otra vez.
Mi madre continuaba diciendo:
Un día de esos que no se borran no porque no se quieran si no porque no se pueden, fui al hurto de mi madre abuela de esos que en la época estaban cercados de guadua, entre al huerto y como son los niños, curiosos por la vida y preguntas que quieren resolver a esa edad; ¿Cómo es que de una pepa de aguacate que días atrás estaba cerrada con un capuchón cafés y luego esto, yo estaba observando algo diferente? Un pequeño arbusto de escasas dos hojas tiernas ¡de donde abra salido si solo era una pepa! como pudo tener tal transformación, tanta fuerza para erguirse levantando el peso de la tierra que la aprisionaba, tanta vida, eso sí es maravilloso, la arranqué, arbusto, pepa y raíz, la contemple e imagine el árbol de aguacate del vecino junto a la quebrada, me decía a mí misma si va a ser tan frondoso erguido elevado al cielo brindara cobijo a las tórtolas a los azulejos, a los cardenales en fin será un árbol lleno de vida; navegando en esos pensamientos mi madre abuela me sorprendió y al verme ella se transformó, era como si hubiera visto al mismísimo espanto de frente, se encolerizo sus mejillas se crecieron de un rojizo intenso, su mirada cambio, era como si hubiese visto un fantasma por no decir más, mi madre abuela estaba furiosa, solo tenía ojos para el arbusto de aguacate, me tomo del brazo bruscamente con palabras que recuerdo y que no quiero pronunciar; me llevo frente a una roca de esas que abundan en la región y ella exhibía sus manos, me machaco los dedos de las dos manos a duras penas puedo abrir la mano sin poderlos enderezar hasta el día de hoy. Respirábamos profundo, como niño al ver las manos de mi madre, no sabría explicar cono niño que sentía, una mezcla de desesperanza y angustia y ganas de devolver el tiempo, resolver los propósitos del dolor en el peregrinaje de un valle sombrío de temores, frustraciones y a lo lejos una esperanza venidera.
Era una gran lección de las premisas de la vida que se clavan en el corazón para ser ejercitadas cuando grande y es que los hijos que Dios mede son para amarlos, son un regalo, una bendición, los tratare como quiero ser tratado, en amor, protección, provisión, seré el padre, que quiero ser recordado no por las huellas malas, más bien por los buenos recuerdos, dando mi vida, produciendo vida real a mis hijos del conocimiento de aquel que nos amó primero.
Una tras otra historia, de momentos fugaces que llegaban a mi memoria al contemplar el pasado, es esta que mi madre contaba cuando ella tendría unos cinco añitos:
-En otra ocasión mi padre abuelo llego como de costumbre del trabajo y me pregunto ya cenaste, en esas se me ocurrió una mentirilla y le dije que mi madre abuela no me había dado la cena, ah y esa fue otra lección de por vida, mi abuela me miro con una sonrisa de enojo de esas que desconcierta a los niños, me dijo si tienes hambre te tienes que comer todo esto, entonces fue cuando vi una olla negra de tizne así eran las ollas cuando se bajaban del fogón, era enorme para mi estatura y edad, dentro estaba un suculento manjar de arroz con leche, esas recetas y el sazón con el tiempo van desapareciendo no son como antes... La orden era que me debía comer todo el contenido de arroz con leche que había en la olla, dure cuchareando como dos horas sin ver el fondo de la olla, esa noche no pude dormir ya que mi estómago pesaba más que mi cuerpo y mi mente estaba concentrada en mi barriguita que dolía y parecía que estuviera enojada pues producía sonidos como gruñidos. En conclusión, cada historia de las que contaba mi madre traía una enseñanza de reflexión para la vida venidera pues es más fácil aprender de los errores y experiencias con las narraciones que experimentar en carne propia el dolor y la consecuencia por los actos propias.
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