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CAPITULO 4 IV. La partida

Foto del escritor: wilson gaitanwilson gaitan

Mi hermano Miguel que había decidido en la noche quedarse fuera del rancho, regreso en la mañana, había estado en la intemperie en el potrero con miedo y espanto, soportando el viento y la lluvia, hasta nos contó con ilustración, que casi le cae un árbol encima; mi hermano no aguanto tanta presión así que decidió que debíamos de irnos de ese lugar, yo no conocía más lugar que ese, era mi hogar, el mundo para los que no lo explora se quedara condenado con lo que la vista pueda abarcar, en una maleta empacamos la poca ropa y partimos, dejando atrás las gallinas, los tres gatos, una pareja de perros, dos cerdas y sus crías, la yegua blanca, el potro y el viejo rancho.

Después de una hora de camino pasamos frente a la escuela, me traía grandes recuerdos, la profesora vivía en el pueblo de guaranicito y todos los días viajaba a la escuela rural, ella nos tenía cariño o talvez compasión, casi siempre cuando almorzaba llamaba a Eduardo le entregaba un poco de comida y él nos compartía a Yolanda y a mí, a esa hora del recreo con hambre que rico manjar, agradecidos por la profesora que teníamos tan bondadosa, con niños hambrientos como nosotros… Dicen que el corazón anuncia el presentimiento que de hecho no regresaríamos, y nunca más volveríamos a ver a la profesora, con nostalgia la íbamos a extrañar.

Ese día caminamos unos diez kilómetros desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, los pasos lentos en tan corta distancia, con pálpitos de angustia y sin rumbo, pensar que no todo se puede planear en la vida y cuando llega el tiempo malo en el camino de valles de sombras habla una mano que guie y sostenga.

Entramos a una finca a poca distancia de Guaranicito, era una familia que conocía a mi madre, en aquella finca tenía unas plantaciones de plátano que vendía en el pueblo de Guaranicito y en la ciudad de la Dorada, en esa finca hacían corte de plátano cada semana, conocían a Eduardo mi hermano de diez años que a esa edad enjalmaba la yegua y tenía fuerza suficiente para levantar la carga ponerla encima del animal y regresar a casa, en realidad lo que nos regalaban era el plátano pequeño que no lo recibían los compradores, ese plátano era la bendición de pan puesto a la mesa como alimento y sustento.

Al llegar a esa finca les contamos a los presentes parte de los hechos que aun con incredulidad y sin haber escogido la presente realidad se requiere tiempo en aceptarla, ellos estaban atentos y se conmovieron con nuestra situación, nos dieron alimentación ese día y en la noche prepararon la habitación con unas suaves camas, para él que cree y no cree Él es aquel que provee y mueve corazones y va adelante en los acontecimientos humanos, el cansancio de un incierto día en la noche fresca me venció.

Al despertar en la mañana se oía el alcaraván de los patos y los gansos que danzaban alegres en la laguna, al salir de la habitación se respiraba el olor del estiércol fresco de las vacas y se oía los bramidos de los terneros que provenía del corral de ordeño, se observaba la neblina que descendía de la montaña, en los potreros se podía ver y palpar el pasto esa hierba de esmeralda verde con gotas de diamante de roció.

Se escuchó el llamado al desayuno, habían sillas y una mesa grande y larga de madera, platos, pocillos y tazas brillantes de loza, de su interior salía un vapor cálido con olores agradables, en el plato sobresalía la arepa de maíz blanco que horas antes había sido cocinado, molido, amasado y puesto a las brasas de carbón convertido en este pan colombiano, traía encima huevos pericos, que lo componía cebolla y tomate picado con huevos revueltos cosido con poco aceite, en las tazas caldo de costilla de res, en los pocillos calientes que traía agua-panela con leche, cuando hay alimentos y apetito las preocupaciones cuando se es niño se esfuman como las neblinas ante el calor de la luz.

Agradecidos por las atenciones y el hospedaje partimos a eso de las nueve de la mañana rumbo al pueblo más cercano, Guaranicito.

ü ¿Cómo nos miran? Los ojos extraños, al dolor y la angustia, se sienten cercados del invasor cercano, detesta ver al hermano al estirar su mano rogando amor y compasión en su infortunio. ¿Será el miedo y la incapacidad humana?, con su dedo señala al valiente, por salvar su vida a huido de repente, con sus manos vacías y el alma huérfana… No hay oportunidad para el desconocido, se desconfía del rostro que, con hambre, y sus palabras entrecortadas pide a gritos compasión para sus polluelos en su nido.



Al pueblo llegamos como a las diez de la mañana recorrimos las pocas calles en ese entonces polvorientas con árboles frutales entre los que recuerdo los frutos de mangos y mamoncillos, plantados en los frentes de las casas dando apariencia de sombras de frescura, en nuestra realidad el sudor recorría todo el cuerpo se sentía una sensación de mezcla entre el polvo y melaza pega chenta la cual fue sacada de nuestros cuerpos al exponerlos en los frescos chorros de aguas cristalinas que aún se encuentran cerca de la charca de Guaranicito.

Como a eso de las tres de la tarde llego Margot, y su esposo que vivían en la ciudad de la Dorada Caldas, eran personas elegantes y amables… nos recogieron a Yolanda a Eduardo y a mí.

Miguel nos abrazó se despidió y partió rumbo a su lugar de trabajo... Subimos al bus, al costado derecho se extendía el rio magdalena caudaloso y ancho con sus aguas color amarillento, en el cual no se divisaban playas, si no que sobresalía la cordillera central por su altura daba la impresión que producía grandes copos de nieve que se desplazaba a través del viento proyectando en los potreros grandes sombras alargadas, al otro lado del costado del bus se podía divisar las planicies de variado colores verdes y sus cerros imponentes levantados como torres de babel acariciando el cielo, en el prado se veía pastar tranquilamente vacas, toros y una que otras de sus crías, apaciblemente se alimentan desconociendo su cortas vidas que han de pasar por la guillotina, que engañosa es la vida y no hay más propósito que el comer y engordar para ir pronto al matadero; también se veían pastar los caballos, los mulos y los asnos exclusivos en su juventud para el trabajo y cuando faltan las fuerzas les sucede la misma suerte que a los toros rumbo al matadero.

Como campesino era la primera vez que viajaba a la ciudad, en ella entramos por calles pavimentadas y por los andenes en sus lados se extendía grandes filas de árboles permaneciendo inmóviles como haciendo calle de honor.

üSoledad entre tanta gente: Entre tanta gente la soledad, tan solo cabalgan los pensamientos… Compañía acogedora e incipiente, son solo sombras que pasan fugaces, cual brisa rozan la apariencia de figuras abrasadoras, proyectadas alargadas en paredes olvidadas. Soledad me encanta observarte, a veces a solas pienso que eres dulce compañía, en momentos breves de esta corta existencia.

Y allí llegamos al destino del viaje en el barrio el cabrero respirando profundo llenando los pulmones del aíre de la ciudad en una mezcla de humo y brisa del rio magdalena, contemplando las calles que se levantan cuesta arriba y como si fueran eslabones de colores se entretejían las casas pintadas de varios colores y de repente allí nos encontrábamos de pie frente a la casa en la cual íbamos a vivir, era una casa grande construida con material que perdura con cimientos firmes, pisos esmaltados brillantes, columnas, estructura de bloques de ladrillos y tejas de eternit, ni comparación de donde vivíamos en aquel viejo rancho levantado en palos forrado con esterillas y techo de ramas de palmera semejante a nidos de pájaros; al entrar en la nueva casa como antesala el lugar de descanso, grades sillones, sillas mecedoras, televisión a color, teléfono, biblioteca, Sillas y mesa de comedor, en las paredes había cuadros de diferentes imágenes y entre ellas sobresalía la imagen del sagrado corazón, con su rostro compasivo y su mirada dulce a un país joven y violento que merecía el título del sangrado corazón, el aire se revolvía como mecido por incensarios por lentos y suaves torbellinos rosando el rostro con frescura de la briza expulsada por dos ventiladores colgados de dos grandes vigas de cedros en paralelo para nunca encontrarse, avanzando en la casa más adentro una cocina con mesones enchapados, grifos de agua, estufa de gas... todo diferente y moderno, allá en el viejo rancho había que cargar con timbos el agua del rio y depositarla en una vieja caneca oxidada cerca de la orilla de la hornilla o cocina la cual eran construidas con armazón de madera y en su interior llena de tierra; las habitaciones de la nueva casa eran cómodas y espaciosas hasta para acomodar cuatro camas en una sola habitación… Una completa metamorfosis y en verdad todo esto era un mundo desconocido, comprendí que había sido sacado de la montaña por arte de magia con un espejo a la luz de otra realidad de dimensiones en paralelo a lo conocido.

ü Campesinos desplazados en la ciudad: Hoy estoy cansado del viaje tanto ruido… Exuberante bagaje observando tras el vidrio el exterior un mundo cansado y deprimente un correr tras el soplo del viento seres inertes, locos extraviados, caminando entre calles asfaltadas no hay espacio en el manicomio para tantos que con ansias de esfumarse o talvez de dormir en el tiempo anhelando un despertar con un futuro y de una mano en el hombro me despierte.

En la ciudad la noche nunca oscureció todo era luminoso, altos y firmes postes sosteniendo las farolas que producía sus luces amarillentas y tristes, en el día las imágenes del televisor con fantasías extranjeras, Superman, el carro fantástico, la guerra de las galaxias... de extraterrestres… así muchos subsisten como si vivieran en otros mundos alejados del contorno que les rodea fantasía lunáticas o plutónicas no aterrizadas con sus mentes, voluntad y sentimientos, historias ponzoñosas que al igual que la viuda negra entreteje su red, nos cautiva, esclaviza, nos mata, absorbiendo nuestra esencia de una vida real de conquista y reinado de la realidad. Todo lo escuchado y visto en las comunicaciones y entretenimiento venido de otros lados fruto dulce del adoctrinamiento incomprensible para un alma campesina y allá afuera en las calles el runrún de los carros, en fin, la ciudad nunca descansaba.

Cuando se ha vivido siete años de infancia en las montañas y ver pasar los días entonces empecé a extrañar el campo, allá el sol con sus visos de colores rojos se escondía en una alta montaña y lentamente se oscurecía a las seis y media de la tarde, caída la noche se alumbraba con espermas por más tardar a las ocho de la noche ya se apagaban las luces que encendíamos y todos a dormir, afuera lo más luminoso eran las luciérnagas volando resplandeciendo cual estrellas fugaces en la oscuridad y el suave sonido de los insectos como los grillos, las ranas y los sapos.

Al amanecer cada día en la ciudad muy temprano en la mañana por un lapso de tiempo permanecía sentado en la cama y me preguntaba así mismo ¿porque estoy aquí? ¿porque me has abandonado? ¿En qué puedo ayudar?, en mi mente presentía que alguien superior conducía magistralmente las cuerdas de las marionetas realizando cambios repentinos e inesperados, lo que sabíamos y hacíamos en el campo no servia para el presente debíamos de comenzar a aprender cosas nuevas, de ese día en adelante en la estadía en la nueva casa era levantarnos de la cama tenderla con la sabana con la cual nos arropábamos como de costumbre de pies a cabeza, estirar los brazos y las piernas e ir a la ducha para despertar del sueños en el cual se vive y luego sentarse en el patio de la casa a esperar el llamado a desayunar el rico pan o arepas, changua con huevo y chocolate.

Hay momentos en la vida de encontrarse desplazado y no solamente a los humano sino que también ocurre a los animales que son cautivos en los zoológicos de sentir el alma enjaulada contenida entre las paredes día y noche; en la ciudad el tiempo pasaba lento parecía como si nadie tenía el sentido del juego, de las escondidas, el puente está quebrado, el gato y el rato... Ah, con el alma salvaje se extraña estar en campo abierto, nadar en las aguas del rio libre como los peces, caminar descalzo sobre los diminutos millares de granitos de arena en la playa, quizá con el pesar de la culpa que todo lo que conocíamos como libertad se había perdido. En la estancia en la nueva casa contando la edad de siete años de vez en cuando hacia pequeños mandados a la tienda y el otro tiempo sentado pegando las nalgas a una silla frente al televisor mirando imágenes que pasaban tan rápido que alguna no alcanzaba a entender, es la triste realidad de los funcionarios en cualquier empresa, con sus nalgas pegadas a una silla frente a sus ordenadores, apaciguando su razón de ser felices.

Así transcurrió una semana entre la rutina de enfrentar el aprender a ser citadino, el hacer de la ciudad, la segunda semana comenzó diferente me llevaron al juzgado a recordar o mejor dicho a narrar lo sucedido de aquella tragedia que habíamos dejado atrás como se abandona un cadáver o se entierra para no querer recordar, allá en aquel recinto un hombre con voz aguda inquiriendo para reconstruir los fragmentos rotos con las preguntas: ¿Cuente lo sucedido?, ¿Quiénes estaban?... Pregunta tras pregunta y recordar lo que no podía entender y presentarnos en secciones por los cinco días de la semana, esculpiendo cada escena en el mármol de mi mente y los ruidos del tilín tilín de las teclas de la máquina de escribir que la secretaria magistralmente deslizaba sus dedos como si fuera el pianista con las sinfonías del interrogatorio y sus nalgas pegadas a la silla, espécimen autentico autómata que la educación selecciona para tal fin.

ü ¿Quién nos ha desplazado?: Mi mente se pregunta ¿será la culpa? de vivir sin ideologías absurdas, de no correr tras la muerte o tan solo de querer la existencia. Una guerra, entre hermanos, mestizos y por no entrar en ella me sentencia al destierro o al exterminio y a deambular con sed y hambre de justicia. ¿Quién se beneficia del desplazado? extraen mi sangre, me zanjan el corazón para pintar el cuadro de sanguijuelas viviendo de nuestra desunión.

Pasadas dos semanas los adultos en la casa se reunieron y en unanimidad decidieron que los tres campesinitos debíamos ir a la escuela a estudiar, mi hermano Gustavo de alrededor de veinticinco años de edad que se había venido a muy temprana edad a vivir a la ciudad, trabajaba como maestro de construcción de casas y fue él quien nos compró los uniformes, los útiles escolares y todo lo necesario para ir a estudiar; la expectativa y curiosidad de niño era conocer el lugar de la escuela y el entorno de estudió. El día aclaro muy rápido y de ahí en adelante sería otra rutina despertar más temprano a las cinco de la mañana, ir a la ducha, vestirnos con el uniforme, alistar los útiles escolares, desayunar y partir rumbo a la escuela en compañía de mi hermano Eduardo, en ese entonces la escuela a la que asistíamos se clasificaba por solo varones, y por su puesto a mi hermana le correspondió estudiar en otra escuela de solo mujeres.

Al contemplar la nueva escuela no era ni un poquito parecida a la edificación rural que hacía varias semanas que habíamos dejado, esta nueva escuela en la ciudad su construcción era de forma circular y en medio de ella un inmenso patio con dos canchas mixtas de básquetbol y micro fútbol, yo estaba matriculado en grado segundo y antes de entrar a clase me situé en la fila, prestamos honor al himno y la bandera de nuestro país la república de Colombia, mi mente se ha acostumbrado a convertir las palabras en imágenes y una frase del himno que cantaba decía: - ¡Cesó la horrible noche! La humanidad entera, que entre cadenas gime, comprende las palabras del que murió en la cruz… Se colma de despojos; de sangre y llanto se mira allí correr no saben las almas ni los ojos si admiración o espanto sentir o padecer. Cesó la Horrible noche…y en mi persistía la herencia de la tragedia de las terribles pesadillas que en las noches no me dejaban dormir… Y como si fueran bandadas de pájaros negros que a mi corazón viniera en ese momento sentí el horror de la angustia y el vértigo con la sensación que devoraban mis entrañas, aprisionando mi pecho y apretando mi garganta, permanecí inmóvil de pie sin evidenciar al exterior un alma transitando en una noche oscura... En el patio llamaron a lista, me ubique en el número de grado que me correspondía, entramos al salón por fila y éramos como veinticinco del grado segundo –B, con un profesor por grado, en comparación la escuela rural éramos como treinta de primero a quinto en un salo salón con una profesora colocando tareas por turnos.

Ese día me di cuenta que leía a medias pues tengo la tendencia de confundir las letras de algo que se llama dislexia y para colmos mi mano derecha era lenta para escribir… el profesor cumpliendo su labor escribía en el tablero en la pared de fondo pintado de tinta verde oscuro, pasados algunos minutos pedía que borraran la escritura y la tarea de borrar era competida por los estudiantes pues todos quería salir y sacudir la almohadilla que absorbía la tiza y golpearla en alguna columna que sostenía el techo fuera del salón dejando esparcida la niebla y el olor a cal y ceniza.

Los compañeros de mi clase iban a un ritmo más avanzado pues cuando me faltaba dos líneas para terminar de copiar se escuchaba la voz del profesor preguntando ya terminaron y en coro contestaba ya profe, y alguien se levantaba de su pupitre borraba toda la escritura y después sonaba la campana y todos salían gritando alegres al descansó y con mi frustración de no ser de los mejores como en la escuela rural salí al patio me senté en la gradas y Eduardo vino y se sentó junto a mí en silencio hasta sonar nuevamente la campana.

ü Ante una sociedad: Me siento culpable de no ser quien quiero ser, soy sin poder ser lo que soy ni lo que espera y quiero ser quien deseo y en el querer me frustra en el presente intentando hacer sin ser siendo sin ser lo anhelado y si alcanzo a ser lo que no soy sería el más desdichado viviendo en la ilusión de ser muero en mi ser desesperado.

En las escuelas como en la vida cotidiana hay momentos de retos en los cuales podemos ser niños crueles e inhumanos, no es por dármelas de víctima más bien, cuento para no olvidarla con el fin de afirmar que a pesar de las debilidades que aparentemos llegara el momento de firmeza y valor en el tiempo apropiado o de otra forma seréis pisoteado constantemente de por vida; en el salón de clases nos sentábamos de a dos alumnos por pupitre, a mi lado me correspondió por la providencia de Dios un compañero de esos abusivos que por demencia le gusta molestar y golpear a su próximo a los que consideran débiles y por detallar creo que yo era uno de esos que encajaba como en el perfil de ser callado e indefenso, sin decir palabras me golpeaba con la mano cerrada con los nudillos las piernas y los brazos dizque para sacarme los gatos, eso es que se inflame el músculo y para colmo de males era lo menos que necesitaba tras de ser espacioso para leer y escribir ahora tenía otra distracción dolorosa, al considerar enfrentarlo no estaba en condiciones de encararlo pues el niño era más alto y fornido, debo admitir que ese niño si era bien alimentado, así que la primera estrategia fue comentarle a Eduardo y estaba seguro que mi hermano le daría su merecida paliza, al siguiente día recibí los golpes con el consuelo que a la salida de la escuela Eduardo mi hermano por lo menos le aria sangrar la nariz y terminada la jornada de las clases esperamos afuera de la escuela a mi compañero para desquitarme o más bien que Eduardo realizara su trabajo de defender a su hermano menor, nos quedamos esperándolo un buen rato en la esquina sin el resultado esperado y marchamos juntos para la casa, mi madre solía decir que en tiempos difíciles la familia debe estar unida suceda lo que suceda pues la unión de cuerdas resiste la fuerza tempestuosa.

Suficientes son los miedos en las noches con las pesadillas que venían en mis sueños de toros de basan negros y colorados con su bravura que me perseguían sin darme tregua de oscuros horrores veloces de los cuales presentía que nunca iba a escapar de ellos… Pero esta realidad tangible había que resolverla prontamente, dos días soportando los golpes de ese fastidioso compañero era suficiente había decidido que no me iba a pasar la vida con más miedo de los que ya tenía penetrados en el alma y entendía que los profesores son como los padres de familia aconsejan a sus hijos y cuando hay agresores en la familia dan la espalda y el agresor ataca a escondidas y amenaza, así que entre al salón me senté en el puesto y muy dentro de mí con convicción de valentía pensaba que la diversión que le producía a este compañero golpearme para sacarme los gatos se le iba a acabar, frente a frente le mire a los ojos y le dije: si me vuelve a golpear lo chuzo con un lápiz, ya era hora de acabar con esta situación así que mi compañerito se convenció que esas palabras no eran en broma y bueno ya podía tranquilizarme y me dedicaría a hacer las cosas por las que iba a la escuela a leer bien y escribir toda la escritura del tablero. En clase no pensaba en el juego, los niños siempre los vi como compañeros no amigos pues como decía mi madre: en la escuela se va a estudiar no a jugar; después del descanso a mi adversario se le olvido mi advertencia que más bien era una amenaza, el adversario volvió a sonreír golpeándome la pierna. Sabía bien a mis siete años largos que el dolor adiestra y es el idioma universal que cada ser humano comprende a plenitud y es que por mi experiencia sabía que cuando quería probar las cosas y producía dolor aprendía a no volverlo hacer, el dolor siempre vencía mi terquedad, con esta mente humana con la cual no nos enorgullecemos de muchas decisiones aplicadas, agarre el lápiz y el sacapuntas y comencé a dale vueltas al lápiz hasta tener un buen punzón torneado bien afilada y frente a frente sin dar tiempo ante sus propios ojos le enterré la punta del lápiz en la palma de la mano y sin más palabras esa fue la solución de dolor por multiplicación de dolor y el resultado en este caso es como la PAX impuesta por los Romanos en tiempos de su gran imperio, no hay que dejar crecer al enano solía escuchar el proverbio y en conclusión no fui popular pero tampoco fui el marginado ni el más tímido y con el transcurrir de los días paso lo de los cuentos de hadas mi compañerito se conformó a aceptándome tal como era o talvez tal como me veía… las relaciones que se forman a veces se debe pasar por un proceso de domesticación humana con el fin de poder escuchar y hablar he incluso compartir algunas cosas.

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