top of page

CAPITULO 2 II. La muerte nos visita

Foto del escritor: wilson gaitanwilson gaitan

Transcurrido un mes de haber sido herido mi hermano Enrique, llegaron a la vereda el gigante caldas dos hombres, decían ser hermanos y sus nombres Julio el otro Carlos, este último en verdad tenia cara de malo y por las ventanas de sus ojos se podía ver la muerte una mirada que daba escalofríos, ambos altos y delgados, traían siempre en sus cinturas dentro de sus vainas machetas de marca gavilán de esa que se doblan de punta a punta que sirven para la pelea.

Julio que era amable se ganó la confianza de la familia, nos traía dulces, varias cosas de comer y nos narraba historias y cuentos, en el campo en ese entonces y como es de costumbre los hombres confían en hombres, se abre la puerta de la muralla y sigue con la puerta de casa, se atendía muy bien los visitantes y en pocos días eran amigos de la familia y el menesteroso en sus pocos recursos es hospedador distribuye en su escases y saca abundancias abrigo y comida a los peregrino visitante y ellos los visitantes acababan por recibir los privilegios igual que un familiar.

En nuestras mentes no cabía lo mínimo de malicia o sospecha del pensamiento de estos dos hombres de aguardar silenciosa y solapadamente la llegada de Enrique para finalizar el trabajo empezado, aguardaban como atalayas con el firme anhelo de darle muerte a Enrique y de paso ya habían sentenciado a toda la familia grandes y pequeños al exterminio…

ü La oveja negra Enrique: Traería la desgracia macabra, al sacrificio las vidas humanas, al matadero, rumbo a la carnicería, como oveja confiados, acecha el mal cuando la guardia duerme… ¿Porque? acaso se juzga y condena al inocente a una prisión o a la muerte.

En esos días en nuestra infancia y con tristeza debo admitirlo que también lo hay en estos días, para nosotros lo más esperado era el domingo por la tarde… en la mañana mi madre ensillaba la yegua y partía rumbo al pueblo de guaranicito, lloviera o relampagueara ella muy firme en su propósito de vender el limón o los gramos de oro y así poder traer la comida a sus tres polluelos. Al llegar la tarde, los tres menores Yolanda, Eduardo y yo caminábamos hasta subir la loma próxima y allí de pie se observaba un vasto campo nutrido por los variados colores verdes y en lo alto por encima un vasto cielo celeste navegado por barcos de copos de nieve blancos perdiéndose en el horizonte, meditabundos y exhortos en aquel paisaje esperábamos que, en la distancia donde el ojo humano puede contemplar apareciera la figura de un jinete, ósea mi madre. Ese día venia mi madre montada en la yegua, y cerca venia caminando mi hermana Amparo y un joven que no conocíamos su apariencia era citadino, en el camino este joven miro a Amparo y debió llamarle la atención y pensó acercarse y hablarle, el joven tendría aproximadamente unos dieciocho años estaba recién llegado a la vereda sus familiares vivían en una finca a una hora de camino.

Amparo mi hermanita desde que tengo uso de razón, siempre ha sido la que ha unido la familia, esforzada en trabajar con el propósito de enviarnos alimentos, ropa... de lo más profundo de mi ser la quiero...

Ese mismo día recibíamos lo más anhelado el pan, que manjar tan delicioso se comía cada ocho días. Como era de esperase mi madre había llegado cansada del largo viaje trayendo las pocas provisiones que en el abandono sin tierras propias y la distancia de la civilización se obtiene el alimento para la supervivencia, esa noche se despidió dando a todos la feliz noche y se dispuso con ansias a descansar en la humilde habitación custodiada por sus imágenes que veneraba o mejor dicho idolatraba… esa noche transcurría como cualquier otra, la fragancia que traía la briza del rio, el concierto de los grillos acompañado del canto de tambor de las ranas y uno que otro pájaro que chillaba siendo atrapado por alguna culebra. Con Eduardo y Yolanda nos quedamos escuchando lo que hablaba Amparo y el joven y a eso de las ocho de la noche, aquel joven dijo que tenía sed, Yolanda muy amablemente busco una totuma saco agua de una caneca, el joven dio las gracias y bebiendo el agua, le dijo: - Hoy llegare en la madrugada a casa. No sé porque recuerdo esas palabras, no podemos asegura nada en nuestra efímera existencia, donde menos buscamos hayamos la muerte…

En esos momentos llegaron los dos hombres Julio y Carlos, sin decir palabra alguna sacaron de sus vainas las machetas y avanzaron empujando a su paso a mi hermana Amparo que se había atravesado en el camino, los ojos de aquellos hombres estaban fijos en aquél joven citadino, le miraban con rabia y desprecio, no salimos del asombro, yo había escuchado a mi hermano Miguel un hombre creyente de Dios y creyente de su mensaje de buenas nuevas de salvación, que decía que en momentos difíciles clamara a Dios y a mis siete años de vida repetía en mi mente -Oh Dios mío, oh Dios mío, Dios ayúdame… Ni siquiera comprendíamos lo que estaba pasando, pues la reacción fue proteger a este joven, todos los cuatro, Eduardo, Yolanda, Amparo y yo nos acércanos al joven para protegerlo de aquellos dos hombres sudorosos que se asemejaban a perros rabiosos, rogábamos a gritos con el pánico en la voz, que no le fueran a hacer daño.

Carlos con la mano derecha sostenía la macheta con la otra mano nos golpeaba… La Macheta resplandecía en lo alto a la luz tenue de una esperma, cayendo con toda la fuerza de su brazo y cuerpo, propinando un golpe seco en la cabeza de aquel joven, se escuchó un sonido agudo y opacado de un quejido mientras que su cuerpo se desplomaba en al suelo.

Talvez los gritos de angustia e impotencia de mis hermanas y los gritos de Eduardo y los míos despertaron a mi madre, que de repente sin saber lo que estaba pasando, entro en pánico escénico, como cuando despertamos de un susto sin saber dónde estamos ubicados perdidos con las palpitaciones y el fluido de la sangre presionando el cerebro, se escapan los pensamientos asertivos, solo compulsiones de un cuerpo dominado por los sentimientos de angustia y desesperación y de repente:

Mi madre empezó a gritar como si estuviera loca, sin calcular los riesgos, el peligro tan grande en que estábamos.

Yolanda treme el cuchillo que yo los mato...

Yolanda treme el cuchillo que yo los mato...

Yolanda treme el cuchillo que yo los mato...

Repitiendo esta frase sin poderse contener su mente se había esfumado, su voluntad se resistía a ver la realidad del momento presente, sus sentimientos talvez se desgarraron al ver este joven herido en el suelo, y ella queriendo hacer justicia…

Se escuchó los gritos de Carlos:

- Julio, mate a esa vieja...

- O la mata usted o le mato yo...

- O démosle muerte a todos...

ü Me pregunto: ¿Quién no teme a la muerte? esperando el golpe certero y lento, tras el filo mi carne se deshace, el pensamiento en el dolor no se complace; afortunado el primero que su luz se extinga sus ojos a cerrado y el dolor mitiga de ver a sus amados ser aserrados sin compasión pues en impotencia el alma se abate en el mar de desilusión, arrinconados, arrastrados, lanzados por el suelo, la piel se eriza y tiembla sin anhelo de la presente sentencia a muerte ¿Quién se complace del corazón destrozado e inerte?... La sangre fluye esperando la sentencia que en su recorrido adormece la conciencia que silenciosamente calla de repente en un absorto silencio con olor a muerte.

Julio desde que llego a la casa siempre permaneció en la actuación de generosidad de brindar amistad, hablándonos, con historias y entre charla y charla haciendo preguntas y lo más que se alejaba del rancho era al rio a pescar, así que algo se había familiarizado con nosotros, aunque la pantera conviva en el bosque con más especies siempre su instinto será acechar y dar el golpe mortal.

Julio agarró en un instante a Carlos por el hombro y le dijo:

- No los matemos...

- No le hagamos daño por ahora...

Fue entonces cuando a empujones nos hicieron salir del rancho, solo se escuchaban llanto y gritos de miedo y espanto, quejidos y golpes de machetas... esos dos asesinos con su adrenalina al cien por ciento y sed de sangre, literalmente picaron al joven...

Salieron del rancho con sus Machetes ensangrentadas aun goteando, sus ropas y sus rostros salpicados con sangre, como en tiempos del holocausto de los nazis, nos colocaron en fila. La luna lanzaba una luz tenue, de pie como testigo estaba ese árbol grande como si estuviera cobijándonos, recordé que cuando tenía pesadillas la solución era pellizcarse para despertar y volver a la realidad y así lo hice y comprobé que ese momento era real en el infinito tiempo de agonías respirando cerca de la muerte con olor fuerte a hierro oxidado del cual no podía escapar…

Carlos levanto la voz y señalando con su mano aun sosteniendo la macheta dijo:

Hagan de cuenta que aquí no pasó nada, si hablan con alguien de esto se mueren, les cortare la cabeza, los brazos y la pierna, los metemos en bolsas y los enterramos allá en la platanera semejante a este perro que vamos a enterrar.

Yolanda tendría 11 añitos una niña flaca y de escaso crecimiento, salió de la fila corrió por detrás de la casa miro por las hendijas de la pared de esterilla de guadua, vio a este joven literalmente todo su cuerpo picado a macheta, sus heridas abiertas que dejaba brotar fuentes de sangre y después nos contó que este joven herido de muerte le miro y con voz opacada y dolorosa le pedía ayuda…

Fue tal los gritos desgarradores de impotencia de mi hermanita que sentí escalofrió de la cabeza a los pies; mis ojos estaban fijos observando que corría como loca temblando sin poder controlarse sin rumbo fijo… Creo que ese día todos en la familia enloquecimos… Como nos iba a pasar eso a nosotros, recibir tanta abundancia en miseria, hambre, abandono, sin padre y ahora esto, sobrepasaba el dolor y la angustia... Ah pobre mi madre, y mi hermana Amparo que no vivía con nosotros pues trabajaba en la ciudad en un almacén y preciso ese día se antojó en visitarnos.

Los dos hombres sacaron del rancho el cuerpo del joven lo enterraron en la platanera a unos quinientos metros de la casa y esa misma noche al marchasen esos dos hombres nos repitieron la advertencia y añadieron:

- Estaremos patrullando en este sector, somos de la mano negra...

La noche se hizo eterna y silenciosa del inicio de sobresaltos de pesadillas... Por fin llegó el lunes día de estudio de ir a la escuela rural, el suelo de la casa amaneció rojizo con un olor fuerte de muerte, había que desaparecer todo indicio de la noche anterior tanto físico como mental…. No hay mayor fuerza que la que pude salir en tiempo de desgracia, hay alguien que de vez en cuando te prueba para que sepas que la vasija no es de barro sino más bien de acero que sostendrá la construcción de otros… Ese día fue un trabajo arduo de cargar el agua desde el rio y echarla al piso de tierra del rancho, parecía que entre más agua le echábamos al suelo, más se extendía la mancha roja… Me recuerdo de Yolanda esa niña que me cuidaba, barría silenciosamente con una escoba hecha de iraca, su figura cansada tal vez de trasnocho y preocupación, era como si estuviera en otro mundo… con Eduardo en silencio sin levantar la mirada cargábamos el agua del rio a la casa para deshacer las manchas de sangre que se mezclaba con el piso de tierra, en el trayecto de la casa al rio cruzábamos por la platanera que nos recordaba la muerte dolorosa de ese joven.

No tengo ningún recuerdo de mi madre de sus palabras en esos días, talvez se mantendría en silencio para no enloquecer ella o enloquecer a sus hijos de tanta presión y angustia.

Así con el miedo y las sospechas de algunos vecinos, vivimos por seis meses, se rumoraba la desaparición del joven y la última vez que lo vieron.

Un familiar. no se el grado sanguíneo del joven difunto que le llamaban German siempre se le veía con una arma de esas carabina de un cartucho de bala colgada en su espalda, acontecía a veces, que en el trayecto de la casa a la escuela nos salía al encuentro saludaba y nos interrogaba por el joven, en mi mente estaba implantada la advertencia, decir la verdad implicaba la muerte de toda la familia, la única salida como niños era la mentira, siempre decíamos: no…no…no sabemos de él...no sabemos de él... - Ah cuanto mi alma odiaba en angustia esas preguntas.

Una vez German le salió al encuentro de Carlos el hombre que tenía cara de malo y una mirada rabiosa, seguramente ya tenía sus sospechas, estos dos se enfrentaron en pelea; Carlos saco de su vaina la macheta con ojos de furia, tal como era, un asesino sangriento, German quizás sabia a quien se estaba enfrentando, levanto su arma la carabina de un solo tiro de cartucho, se aseguró de tirar al pecho y jalo el gatillo, se escuchó el estruendo y Carlos cayó al suelo, German huyo creyéndolo muerto. Hierva mala no muere fácil, esa bestia del mal, había quedado viva, el balazo traspaso el hombro y se levantó, cruzo varios potreros dejando las huellas de las gotas de sangre a su paso, y en su mente abrigaba el pensamiento de recibir auxilio de mi madre en el rancho.

Al llegar a casa ese hombre, se debió correr por agua, lavar la herida y trancar la sangre esa tarea le correspondió a mi madre. El otro día se fue al hospital en el carro que hacia el recorrido recogiendo la leche de las fincas de la vereda.



0 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page