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Capitulo 1. Recuerdos

Foto del escritor: wilson gaitanwilson gaitan

Los recuerdos cabalgan en la memoria semejantes a jinetes mensajeros veloces, ah… recuerdos tan solo imagen del ayer historia remontándose en realidades fugaces que cada mortal peregrina llevando lúgubres reflexiones amargos o dulces entretejidos entre su alma, se beben con ansias desaforados de una esperanza venidera y brotan en raíces desfigurados, que al mirar hoy sobre el hombro el camino recorrido transciende una mano entre sombras que ha guiado y sostenido a un errante desprovisto en su mísero estado de esos recuerdos… Siempre que en menos ha venido sin ser siendo más de lo que de aquella piedra esculpida el escultor ha querido.

La mente es corta para narrar cada momento de la vida que a pesar de ser tan breve el recorrido de la chispa de la vida se escapan aquellos paisajes coloridos y grises en los años de la infancia… Allá en los campos se deslizaban los pies descalzos por esos caminos llenos de piedrecillas con variados visos de colores y los rayos del sol penetraban por las nubes dando vida a las montañas colombianas, el aire traía la fragancia y el murmullo de las aguas de las quebradas que al unirse formaban el riachuelo, las corrientes de las aguas eran en esos días transparentes como el diamante preciado líquido que fluían inagotablemente y en su interior pululaban de todos los tamaños y colores los peces como hoy en día se aprecian en los acuarios adornados.

La historia es el peregrinaje que hemos recorrido en el cual comenzare contando desde la niñez, cuando se puede distinguir la mano derecha de la izquierda, tenía alrededor de siete años mi estatura era escasa y contextura delgado como un fideo, recuerdo que lo que más comía era las letras al hablar y fui por primera vez ese año a la escuela y era la burla de mis compañeros pues ya les diré por qué: Mi madre, por ser el cuba el consentido y demás desde que nací no había pasado tijeras por mi cabello así que mi cabellera ondulada llegaba más abajo de los hombros por no decir más era imitación de un pequeño Sansón de la historia bíblica y hoy al mirar al espejo no hay sombra del recuerdo.

Me entere ya con el tiempo como suelen ser las cosas que en ese mismo año sucedió el quebrantamiento del eslabón perdido el cual conecta los presentes acontecimientos y, ya seria de Dios que nunca más volveríamos a ser los mismos.

¡Ah! Mi hermano Enrique... Ese hombre realmente no me producía sentimientos de hermandad, cuando Enrique llegaba a visitarnos a la casa, que realmente era un rancho que a duras pena se mantenía de pie cerca de un gran árbol por nuestro conformismo y la esperanza que no se fuese a derrumbar aquellas paredes de guadua y un techo cubiertos de ramas de palmeras.

Enrique… En las pocas veces que entraba al rancho no erar grata su visita, al escuchar sus pisadas o verle a la distancia mi mente enviaba el mensaje huye... huye... huye... si estaba dentro del rancho y no había oportunidad de salir por la única puerta o por la ventana me escondía en el cuarto debajo de una cama hasta que se fuera pero si yo estaba fuera del rancho corría a esconderme al monte, ese pánico al ver a Enrique sabiendo que la sangres que bombeaba su corazón era la misma que recorría nuestros cuerpos, su sola presencia nos paralizaba de terror y no solamente a mí me acontecía sino también a Yolanda y Eduardo, en verdad él nunca me cogió a puntapiés ni me grito como a los demás pues en mi corta edad sabía que el que da la oportunidad al violento y mezquino pierde la paz y tranquilidad.

Con el transcurrir del tiempo se comprobó que si era cierto lo que decían algunos vecinos que a Enrique lo buscaba la mano negra que era una organización paramilitar pagada por ganaderos y también algunos murmuraba que a Enrique le gustaba de vez en cuando con los vecinos hombres rudos como Enrique deslizarse por los potreros de las fincas cercanas en las oscuras noches y de sorpresa alumbrar los grandes ojos negros de alguna ternera y matarla, repartir la carne para las familias, enterrar lo sobrantes en unos hoyos grandes que hacían para no ser descubiertos, eran cuatreros ganadero de lo ajeno.

Tratare de narrar apegándome lo mejor posible a lo escuchado y visto de aquel acontecimiento… Les recuerdo que mi edad son siete años y en cierta ocasión del mismo año en esos meses cuando la luna casi ni se asoma y las tinieblas danzan siendo interrumpidas por las luciérnagas que salen de paseo tiritando sus luces, en el día señalado serían más o menos las ocho de la noche, venia Enrique supongo que tendría unos treinta años un hombre alto delgado de tez blanca carácter duro y una mirada rabiosa y media un metro con noventa lo acompañaba Pedro tendría unos doce años, alto, rubio y de carácter tímido otro hermano de los doce hijos que mi madre trajo al mundo por la voluntad de Dios.

Bajaban por una carretera que culebreaba o mejor dicho ondulada como siempre se han construido en este país en el cual algunas cosas se hacen derecho y se construye torcido, en ese entonces los caminos y carreteras eran construidas por la rivera del rio, esos dos hermanos los puedo imaginar yendo a casa en silencio que podrían hablar uno con mirada rabiosa y otro de carácter tímido, me intriga qué pensaría él uno del otro, quizás Enrique convertir a Pedro en su discípulo, no creo que Pedro quisiera ser como su acompañante amargado y agrio, y así caminaban sin la claridad del reflejo de la luna como solo saben hacerlo los campesinos que habitan las elevadas montañas Colombianas, con las suaves calzados y pisadas de cotizas avanzaban entre árboles frondosos majestuosos e imponentes guerreros de la antigüedad ubicados de lado a lado de la carretera y como es habitual los que están al lado del rio robustos con grandes raíces y pequeños arbustos que los grandes no han querido dejar crecer o se han conformado a vivir con poca luz, del otro lado de la carretera están los árboles con mayor espacio más antiguos aferrados a sobrevivir siendo pastados por el ganado.

De pronto la sinfonía de los insectos fue interrumpida, se escucharon varios balazos que provenía detrás de un gran árbol de Ceiba y en un abrir y cerrar de ojos nadie se vio en la carretera, mis hermanos desaparecieron como si fueran fantasmas, se cruzaron los caminos uno se lanzó al rio el otro corrió montaña arriba, en esa precisa noche el caudal de las aguas estaba crecido y traía como siempre la muerte por donde su manto se extendía arrancando árboles con sepa y todo, arrastrando vacas, caballos y cualquier cantidad de animales ahogados, espectros de aguas infernales profundas con sabor a greda. Cuenta Pedro que cuando se vio en el rio ya estaba lejos arrastrado corriente abajo, todo lo que se aprende es para bien sin importar su providencia, es que para algo le sirvió las enseñanzas de su maestro Enrique pues cuando iban de pesca le ponía a cargar la atarraya todo el trayecto y en el rio le amarraba la atarraya entre los hombros y la nuca para no perder la valiosa red de pesca.

Al llegar Pedro a la casa en horas de la madrugada le contó a mi querida madre lo acontecido con palabras que ni aun él podría comprender, quien o como fue librado de la angustia de las manos del cazador y de aquellas corrientes oscuras y asfixiantes… Definitivamente las madres tienen presentimientos y hacen las cosas en el correcto lapso del tiempo en el palpitar humano de las corazonadas y antes de salir el sol, ensillo la yegua y partió en buscar de su hijo mayor, lo encontró cerca de un cerro llamado la española. Enrique estaba como la historia de la oveja perdida si no era hallado por quien le amaba su final era la muerte pues los cazadores de almas por vil dinero le andaban buscando, Enrique tenía un balazo en el hombro izquierdo y otro en la palma de la mano, no sé cómo sería sus miradas al encontrasen ¡hablarían o tan solo quedarían en silencio!

Seria eso de las ocho de la mañana mi madre como pudo lo subió a la yegua, ella camino todo el camino apresurando siempre el paso para evitar que se desangrara Enrique y el siempre con el pensamiento de estar despierto sin importar la debilidad por la pérdida de sangre, encima de la cabalgadura tambaleaba y como conto mi madre agarraron atajos y caminos escabrosos y empinados para no ser vistos pues corrían el riesgo de ser interceptados por la mano negra y la inminente muerte a manos de esos criminales. A las seis de la tarde de mismo día llegaron cerca del corregimiento de Guaranicito y allí en la carretera central los auxilio un buen samaritano alguien que pasaba en su carro y fue movido a misericordia o lastima quizás de las expresiones que mi madre de susto y angustia, y de verdad es cierto cuando todo está perdido o no hay esperanza hay quien vela y cuida al menesteroso que sufre.

Enrique fue atendido en el hospital de la Dorada Caldas quince kilómetros de Guaranicito. Mi madre con lágrimas en sus ojos aconsejo a su hijo Enrique:

Por amor a Dios… no regreses porque me lo matan, cuando salgas de aquí vete donde no te conozcan y has tu vida allá…



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